DARSE UNOS DíAS, CLARO QUE Sí

Darse unos días es casi un sueño. Quién no querría tomarse un tiempito para ver qué hace. Que hace, ¿respecto a qué? Pues a lo que sea. A nada en concreto, pero a todo.

En «Darse unos días» se mezclan casi sabiamente la indefinición y la concreción. Te tomas tu tiempo para ver qué haces con tu vida, con tu trabajo, con un posible cambio de look, con tu relación, con el seguro del coche, con la sandwichera, que ha perdido adherencia, con la presidencia del Gobierno. Necesitarías darte unos días para un millón de cosas, importantes o no importantes, porque por otra parte ya no está demasiado claro qué es la importancia, dónde radica. Esto es así. Y punto.

Otra cosa que también es así, y punto, es que no puedes darte unos días. Veamos: quién tiene unos días. Casi no tenemos tiempo ni para no tomarnos unos días, cómo vamos a tenerlo para tomarlos. La realidad te arrastra como a un zapatilla desatada, hasta que tu vida consiste en saltar de unas decisiones a otras, sin respiro entre medias. Mientras, en tu cabeza resuena el mismo grito continuamente: «¡Acción!» Hacer cosas, y cosas, y más cosas, es el imperativo de nuestro tiempo, de modo que al acabar el día no sabes ni lo que has hecho. Claro que necesitarías darte unos días. Imposible no necesitarlo. Y a la vez, imposible dártelos. Tal vez habría que empezar por concederse unos días para estudiar la posibilidad de concederse unos días de verdad, antes de la destrucción total.

Seguir leyendo

2024-04-28T10:02:44Z dg43tfdfdgfd