RIBERA DEL DUERO: CULTURA, EXPERIENCIAS, GASTRONOMíA… Y BUEN VINO

“Una gran ruta de vino debe tener gran gente”, afirmaba Heidi Bareksten, GM de Vinvino, al preguntarle cómo elegir una u otra bodega. Fue en plena Ribera del Duero, en uno de los talleres organizados en la pasada edición de FINE, la Feria Internacional de Enoturismo, celebrada en Feria de Valladolid. Allí se dieron cita 84 turoperadores de 23 países con hasta 140 bodegas o territorios de España, Portugal e Italia con propuestas de enoturismo en su oferta.

Y es que “esto es enoturismo, no venta de vino”, explicaba a los periodistas el director de la feria, Alberto Alonso, dejando claro que “no es un evento para grandes masas”. “El turismo vende vino y el vino vende turismo”, apuntaría por su parte en su elocuente ponencia el gurú del mundillo Paul Wagner, explicando que la gente busca buenas experiencias sin importarle la diferencia entre una variedad u otra.

Este encuentro internacional de profesionales del sector supuso el punto de partida de nuestra aventura: recorrer cuatro bodegas de la Ribera del Duero para descubrir qué ofrecen a los viajeros más curiosos.

Empezamos por las Bodegas Valdubón, en las afueras de Milagros (Burgos), junto al río Riaza. Laura Martín, da la bienvenida con un cava Hill del Penedès (de Ferrer Wines, el grupo al que pertenecen en la actualidad) y explica que el edificio se creó en 1997 cuando se juntó “un grupo de amigos que tenían viñas pero no un lugar para elaborar”. La bodega ofrece visitas donde veremos las cepas que hay a sus pies, dispuestas “en espaldera, con estacas y alambres, para trabajar a nuestra altura”. De sus 100 hectáreas (mitad suyas, mitad de otros viticultores) sacaron 320.000 litros la última añada. La mayoría se distribuye en nuestro país, pero el 30% se importa a Alemania, Reino Unido, EE.UU., México, Venezuela…

Seguimos visitando los interiores, donde descubriremos los secretos de su proceso: los meses que pasan en barrica y botella las distintas variedades, la forma en la que reciclan el hollejo y los raspones, cómo supone un vino vegano al clarificarse con proteína de guisante en vez de con clara de huevo… La visita termina en un salón donde iremos probando tres variedades de vino acompañados de una tabla de quesos: el Albariño Vionta (desde una bodega de las Rías Baixas donde se ve esta isla atlántica), el Rioja Orube (100% garnacha) y el Ribera del Duero Valdubón (100% tempranillo, su marca insignia). Todos a la venta en el mercado alrededor de los 12 euros.

El viaje continúa en Dehesa de los Canónigos, en las afueras de Pesquera de Duero (Valladolid). Allí nos atiende Patricia Regidor, quien explica la historia familiar de la empresa, que se remonta hasta el siglo XIX y que termina con los hermanos Iván y Belén dirigiendo la bodega en la actualidad (acompañados de sus padres, que pasan en el caserío de estilo vasco el verano y la primavera). Una antigua finca agrícola regentada por veintidós monjes canónigos que motiva su nombre (“donde está la iglesia siempre hay vino”), y que en la actualidad tiene 600 hectáreas, de las cuales solo el 10% se usan para viñedos. La primera añada se remonta a 1989, siempre bajo el mantra de Luis (el padre): “Antes uvas que cubas”.

El recinto está lleno de obras de arte, muchas de Julio Galán. Lo iremos visitando desde los propios viñedos hasta el interior de las bodegas, pasando por sus bonitos jardines interiores y terminando en un impresionante salón interior donde procedemos a la cata. Allí probaremos el Luzianilla (clarete), el Dehesa de los Canónigos (su buque insignia, con uvas de todas las parcelas y quince meses en barricas ya usadas más el mismo tiempo en botella) y el Solideo (un vino de reserva que solo se elabora en las grandes añadas). Todo acompañado de unos deliciosos canapés de manillas de cerdo, torreznos, quesos… Además de visitas como la nuestra (en diferentes modalidades, todas acompañadas de aperitivo y con opción de quedarse a comer), el recinto organiza todo tipo de eventos (desde bodas hasta congresos pasando por eventos de empresa). Y, en un futuro cercano, esperan abrir su propio restaurante.

Nos trasladamos hasta las inmediaciones de Sardón de Duero, en Valladolid. Allí encontraremos Abadía Retuerta, que además de bodega es hotel de lujo, spa y restaurante, motivos que le han llevado a ganar varios galardones de Condé Nast Traveler, como el de mejor bodega en la pasada edición de los premios Hotel & Mantel. Un lugar que recibe unas 10.000 visitas al año. Las visitas guiadas (todas privadas, sin mezclar) están orientadas tanto a los clientes alojados como a los externos. La nuestra, recepcionada por Laura Camn, comienza asomándonos a Refectorio, una de sus seis propuestas gastronómicas, pero sin duda la más especial. Dispone sus mesas en una sala de la propia abadía, con una biblioteca propia y un fresco original de la última cena. Aunque nuestra cata la haremos en el espectacular espacio de la iglesia, donde daremos cuenta de su blanco y su tinto acompañados de estupendos aperitivos.

Allí, el general manager, Enrique Valero, explica que su filosofía es “añadir capas a lo que ya hay”. Ofrecen propuestas que van desde escribir un libro con los escritores que pasan por allí hasta repoblar un bosque de forma artística. Tras asomarnos a lo alto de uno de los torreones, tomamos el café en la impresionante sala capitular. Allí viviremos la majestuosidad de este edificio renacentista con 900 años de antigüedad, como nos explica Chisco, historiador del arte, quien apunta que la parte de la hospedería “es barroca”. La visita termina pisando la tierra de sus viñedos, y es que “el vino se hace en el campo, no en la bodega”. Allí explica que ellos técnicamente no pertenecen a la denominación Ribera del Duero, “algo que con el tiempo ha sido mejor, nos ha dado libertad”. Tras asomarnos a la bodega y atravesar la tienda, terminamos de probar sus diferentes variedades en el salón interior de las catas.

El viaje termina visitando las bodegas de la marca insignia, Protos. No en vano, fue la primera, tal y como nos explica Sheila Escudero: “Protos es primero en griego”. Todo empezó en 1927 en Peñafiel (Valladolid), cuando once amigos se juntaron para elaborar el vino Ribera del Duero, nombre que le cederían a la denominación de origen años más tarde, cuando se constituyó definitivamente, en 1982. Esta pionera bodega tiene 3 kilómetros de bodegas subterráneas bajo el monte donde se alza el famoso castillo de la localidad (que desde 1999 alberga el Museo Provincial del Vino).

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Tras atravesar una pequeña parte musealizada de las instalaciones de Protos, vamos recorriendo muchos de estos pasillos bajo tierra, plagados de barricas y lugares tan curiosos como la Sala de los Consejeros (donde se reúnen desde que se formó la empresa) o el lugar donde tienen botellas reservadas a amigos ilustres de la compañía como Fernando León de Aranoa e Iñaki Gabilondo. Allí descubriremos que la marca trabaja hasta siete vinos, que todos pasan por la barrica, y que se hace de manera manual. Tras terminar de ver la bodega, la visita finaliza haciendo la cata en su recién inaugurado restaurante, Ágora de Protos. Allí probaremos variedades como el Verdejo 2022 (Rueda), el rosado Aire, un par de crianzas (2019 y 2020) y el Ribera del Duero, con la entrañable etiqueta original recuperada en la actualidad. Todo acompañado de platos tan originales como las croquetas de jamón ibérico con leche de oveja y la ensalada de perdiz escabechada. Gran sabor de boca para emprender el viaje de vuelta.

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