“ESTáN ACOSTUMBRADOS A IR A UNA CASA DE COLONIAS, A SENTARSE Y QUE LES SIRVAN LA COMIDA... Y AQUí ESTO NO PASA”

Pep Serrarols ha subido algunas de las cimas más emblemáticas del Pirineo, como la Pica d’Estats, el Aneto o el Posets. Ha subido dos veces al Montblanc, ha llegado al campo base del K2, y ha explorado desiertos y selvas, con el solo objetivo de grabar en su memoria algunos de los paisajes más imponentes de la Tierra. Desde hace años lleva a sus alumnos de expedición a la montaña, con la idea de poder transmitir su pasión por la naturaleza a las próximas generaciones. Estos días, precisamente, está en la Vall de Boí haciendo el Besiberri Sud, una cima de 3.000 metros, con 11 de sus alumnos, además de una travesía por el Parc Nacional d’Aigüestortes. 

¿De dónde nace tu pasión por la montaña y la naturaleza? 

Yo soy de un pequeño pueblo del Ripollés, y mi padre me llevaba a cazar y a pescar. Un día estaba cazando en alta montaña y quedé extasiado al ver la nieve, la niebla en el valle... y me dije “tengo que dejar de hacer esto y empezar a hacer montañismo”. Así fue como me apunté a un centro excursionista, en Vic. Y así empezó todo.  

Estudiaste biología, y luego enseguida te incorporaste como profesor.  

En realidad, yo quería ser veterinario, pero en esa época era complicado porque tenía que ir a Zaragoza. Así que estudié biología y toda la rama de zoología, aunque a mis alumnos también les doy clase de geología… Soy un rara avis, como biólogo me gusta mucho la geología, la geografía, y aúno todas estas pasiones con el alpinismo, el excursionismo y todo lo que sea salir a la naturaleza.  

En su momento, ¿cómo lograste unir montaña y enseñanza en una escuela urbana? 

Es una escuela urbana, pero está situada los pies de la Sierra de Collserola. Cuando me incorporé ya estaban haciendo salidas de esquí, y enseguida intenté colarme por ahí como profesor acompañante. Por la tarde cuando acababan de esquiar yo les daba unas clases de seguridad en la montaña, de relámpagos, de tormentas, de niebla, de cómo se tenían que desenvolver en este tipo de situaciones. De esta manera empecé a posicionarme como aquel profesor que valía la pena llevarse siempre que había una salida. Así vi mi lugar, y empecé a implicarme cada vez más, hasta el punto de organizar yo las esquiadas y otras excursiones. Como todo esto salía bien, los alumnos estaban contentos y había un proyecto educativo detrás, empecé a unir montaña y enseñanza. 

¿Cómo fue la primera experiencia con alumnos en la montaña? 

Hace más de treinta años los profesores éramos los tutores y los encargados de organizar el viaje de fin de curso. Yo era tutor de lo que entonces era 1º de BUP (3º de ESO), y como lo tenía que montar yo sin contar con los servicios de una agencia, pues me fui a lo que conocía, al Ripollès. Allí hay una cima de 2.800 metros, en Vallter, así que pensé "pues monto unas colonias allí, que es lo que me gusta”. Escalábamos por allí, hacíamos una cima, y claro, a los alumnos les gustó mucho... no a todos, pero a la mayoría. Cuando volví a la escuela le propuse a la dirección que me dejaran ir a la Pica d’Estats, otro sitio que yo conocía bien. Me llevé a mi hermano, que también dominaba mucho, y como se apuntaron unos cuantos alumnos y salió todo bien, continué año tras año.  

¿A cuántos alumnos has llevado a la montaña hasta ahora? 

Pues durante 20 años, a diez o quince alumnos por año, pues serán casi 400 alumnos que me he llevado a la montaña en verano. Pero ten en cuenta que en invierno monto esquiadas con unos cien alumnos con los que nos vamos a La Masella cada año. Y con los de 2º de ESO también organizo salidas a Montserrat, con los de 3º de ESO al Turó de l’Home... Vamos haciendo cimas emblemáticas, porque de esta manera yo voy viendo también a qué alumnos les gusta, y así a final de año se apuntan a las salidas grandes los que realmente disfrutan de la montaña.  

Porque, en realidad, lo que organizas no son colonias...sino expediciones, ¿no? 

Claro. Ellos están acostumbrados a ir a una casa de colonias, a sentarse y que les sirvan la comida... y aquí esto no pasa. Yo compro toda la comida, la pongo en cajas, y nos la llevamos en transporte público, que para ellos ya es una aventura. Llegamos al sitio, repartimos las provisiones...  

Todo autosuficiente. 

Exacto. Allí a donde vamos no hay lavabos, tenemos que pensar dónde cogemos el agua, hay que hacer la comida, limpiar los platos, tienen que hacer muchas cosas que nunca habían hecho porque hasta entonces se las habían hecho los demás... Y con esto, hay mil anécdotas.  

¿Por ejemplo? 

Uno que decidió no lavar su cacerola por pereza, y al día siguiente tuvo que guardarla con los espaguetis pegados en la mochila, porque continuaba la ruta. Con este tipo de cosas los alumnos se dan cuenta de que es buena idea repartirse las tareas y hacer un trabajo más grupal. En este sentido tiene una parte pedagógica buenísima. Como éstas, un montón... Desde el que nunca come verdura, y en la montaña no le queda otra porque no hay nada más, y le acaba gustando... O cosas que nunca se habían planteado, como el hecho de ir al lavabo en el monte, ir todos al mismo sitio y enterrarlo para que no empiece a volar papel higiénico por el viento, ¡jajaja!   

¿Tienes algún ex alumno que haya seguido vinculado a la montaña? 

Tengo bastante contacto con ex alumnos. Pero ahora, el compañero con el que más voy a la montaña, es precisamente un antiguo alumno que tiene la edad de mi hijo mayor, 29 años. Este chico llegó de rebote a la escuela, por un bullying. A partir de 2º de ESO, con su clase, lo llevé al Montseny, luego a la Pica d’Estats, hasta que más adelante fuimos al Aneto. Allí, en el paso de Mahoma, mientras aseguraba a todos los alumnos, vi que él estaba como loco de disfrute. Así empecé a llevármelo a un sitio y a otro, ¡y ahora me lleva él a mí! 

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