UNA VIDA LLENA DE PASIONES, BUENAS IDEAS E INNOVACIóN

Antonio, al frente de El Vivero de Abel, es una persona autodidacta. Nacido en la localidad zaragozana de Caspe, procede de una familia de agricultores. Casi a punto ya de cumplir los 64 años de vida, puede presumir de una amplísima trayectoria profesional de 50 años, siempre asociados al ámbito de la agricultura, un sector que desde sus inicios le resultó apasionante. Ya de muy joven cursó formación profesional en la Escuela de Capacitación Agraria de Movera. Al concluir satisfactoriamente sus estudios pasó a trabajar durante 13 años en una empresa de viveros, que para él fue una auténtica escuela de vida. Allí aprendió muchas claves de la profesión que con posterioridad ha ido aplicando en el día a día.

Una de esas claves, que sin duda ha marcado toda su trayectoria, es la de comprender la importancia de innovar, de hacer cosas distintas al resto de agricultores, intentando significarse y especializarse en técnicas y en productos.

En sus inicios profesionales, cuando en la mayor parte de los viveros toda la actividad giraba en torno a los pinos, Antonio apostó decididamente por las sabinas. Después trabajó con los frutales de microinjerto. "Se trata de una opción muy interesante, pues posibilita las plantaciones durante todo el año, generando así ingresos mensuales", explica.

Posteriormente, este emprendedor dio el salto a las técnicas de poda, lo que constituyó un gran acierto. Su empresa ha puesto en práctica dos novedosos sistemas, que tienen ya convenientemente registrados. El primero, denominado ‘Poda Aragonesa 4.0’, se aplica especialmente en el sector del almendro y el pistacho. Dicho método tiene por objeto lograr el mayor rendimiento económico posible, a la vez que supone una importante apuesta por la dignificación de la mano de obra del campo.

"Ahora el podador va con un tractor, o con la máquina que corresponda, gozando de todas las garantías de seguridad necesarias y con todas las comodidades materiales, con aire acondicionado en verano y con calefacción en invierno –expone Antonio–. El trabajo agrícola tiene así mucho menos riesgo y la producción se adecúa a precios más bajos, reduciendo costes". El segundo sistema, la ‘Poda de la luz’, se aplica al olivo extensivo y al nogal y se está experimentando en avellanos, cítricos, aguacates y nueces pecanas.

Ambas podas han sido iniciativas del propio Antonio, con el sistema prueba-error. Con ellas, se elimina el 80% de la mano de obra y el ahorro es enorme. La revolución ha sido muy grande y está llegando a territorios muy lejanos como Australia.

El Vivero de Abel es una empresa en la que trabajan en total 38 personas. Roberto Poblador, el hijo pequeño de Antonio, supone el relevo generacional. Estudió márquetin y ahora se está formando internacionalmente. Por su parte, la mujer de Antonio, Pilar, lleva todo el sistema de contabilidad, gestión y documentación. Joaquín Royo es el otro socio y se encarga de la logística.

Pero, aunque Antonio trabaja de lunes a domingo, también tiene hueco para sus ‘hobbies’, entre los que la música ocupa un lugar preferente, especialmente la clásica. Es un asiduo del Auditorio de Zaragoza e incluso ha ido a Viena a escuchar a la Filarmónica. También le encanta la pintura e ir en moto. Es un apasionado de viajar, así como de la buena mesa. "Hacer una demostración de poda en países extranjeros para mí es como irme de vacaciones", asegura.

Atesora una biblioteca de cerca de 800 volúmenes. "Otra de mis grandes pasiones –afirma– es coleccionar y leer libros relacionados con temas agrarios y botánicos". Actualmente está muy interesado en la inteligencia artificial y en sus posibles aplicaciones en la agricultura.

El Vivero de Abel ha conseguido el premio de Cepyme Zaragoza a la iniciativa empresarial, que el pasado 20 de mayo reconoció la dedicación y el espíritu emprendedor de las pequeñas y medianas empresas de la provincia de Zaragoza. Esta distinción ha sido recibida con la misma alegría e ilusión que el premio que HERALDO del Campo le concedió con anterioridad. "Me siento profeta en mi tierra", confiesa. Ademas, da cursos de injertos en las escuelas de capacitación agraria y colabora con los sindicatos agrarios, también para ofrecer charlas. Nunca cobra por ello, ya que además de gustarle piensa que es una forma de dignificar la profesión.

La jornada empieza para Antonio a las 5.30, media hora antes que el resto de trabajadores. Hace, además, unos 100.000 kilómetros al año, lo que no le resulta pesado. No se quiere retirar y solo parará cuando físicamente ya no pueda más. Disfruta con lo que hace y quiere ayudar a sus hijos.

No se ve jubilado, lo que le mantiene con salud y con las ilusiones de juventud intactas. "Si no te quieres cansar nunca, trabaja en algo que te guste". Con esta frase Antonio quiere resumir el patrón de vida que le ha marcado durante este medio siglo, cincuenta años luchando por la innovación y por sus aplicaciones en el sector de la agricultura.

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