Hablar de perlas es invocar a reinas, princesas, actrices y en general a mujeres con un gusto exquisito para la vida y la moda. Enyre ellas, a Cleopatra, a quien nadie se le resistía. Ni la política, ni Egipto, ni Julio César, ni Roma, ni Marco Antonio. No perdía ninguna batalla, aunque tuviera que ingeniárselas para ganarlas. A Marco Antonio, uno de los generales más brillantes de la historia de Roma, le robó el corazón y el entendimiento con su inteligencia. Y con una de sus perlas. Considerado leyenda por algunos y un hecho histórico por otros, se dice que Cleopatra quiso aliarse con Marco Antonio, vengador de Julio César, invitándolo al banquete más lujoso en el que este habría estado jamás. Ni la comida ni la bebida lograban convencer al romano, así que Cleopatra, no dispuesta a ceder, se quitó una de sus perlas y la sumergió en un vaso de vinagre de vino. La perla se disolvió en el líquido y Cleopatra se lo bebió. Había sido, en efecto, la cena más cara del mundo. Marco Antonio y Cleopatra nunca más se separaron después de aquello.
La de la gobernanta de Egipto no es la única historia de amor y de lujo que rodea las perlas, pues estas gemas son una de las piezas más preciadas y presentes a lo largo de la historia. Está en los joyeros de todas las reinas y princesas - mención especial al collar de perlas de tres vueltas de Isabel II que fue formando con las perlas que, año a año, le regaló su padre -, en los looks más inolvidables de las alfombras rojas y en los joyeros, a veces humildes, de todas nuestras abuelas.
Las perlas, asociadas tradicionalmente al estilo clásico, han ido evolucionando con el tiempo hasta adaptarse a las nuevas tendencias y presentarse incluso en versiones cromáticas modernas o combinadas con piezas de bisutería y plástico. En joyería, su versión más extendida será siempre el collar de perlas, así como los pendientes solitarios, pero es una pieza preciosa para incluir en anillos, broches y pulseras.
Perlas según su formación
Perlas según su origen
Para la emblemática joyería madrileña Marquise, su valor radica en lo raro y extraordinario de su proceso de creación. “En el caso de la perla, al igual que con cualquier piedra natural, el proceso de creación es totalmente casual y natura para la que se necesitan unas determinadas condiciones. En el caso de la perla, hay que esperar que dentro de una ostra entre un elemento extraño como puede ser un trocito de una concha y que esta vaya formado a partir de ese elemento lo que será la perla a través de un proceso muy complejo en el que ostra en el que influyen la temperatura, la presión, etcétera”.
Hay cuatro elementos que influyen directamente en su valor y, por lo tanto, en su precio.
El experto en joyas David del Páramo, de Del Páramo Vintage, calcula que, en función de los parámetros anteriores, un collar de perla naturales auténticas puede llegar alcanzar precios “muy por encima de los 100.000 euros, mientras que los collares de perlas australianas de calidad puede rondar entre los 5.000 y los 12.000 euros”.
Según David del Páramo, “la mejor manera de hacerlo es introduciéndolas en agua del mar una vez al año; dicen que volviendo a su origen nunca perderán su oriente (su color natural)”. Si el mar no está cerca o para llevar a cabo una limpieza más de diario, en la Joyería Marquise recomiendan usar un paño de algodón y limpiarlas antes de guardarlas. “El maquillaje y los perfumes pueden deteriorar la perla, formando una capa que pueden cambiar la tonalidad y el matiz de la piedra”.
Hay varias formas de diferenciar una perla auténtica de una falsa. Un experto lo detectará a simple vista: “por muy perfecta que sea, va a a tener cierta rugosidad en la superficie y va a tener algún rasguño, algún picadita…”, explica Ana Benito de Marquise. La falsa o artificial, será completamente uniforme. Los que tengan el ojo acostumbrado también lo notarán por su brillo.
Otras formas de reconocer si una perla es artificial de una natural o cultivada es que cuando nos la ponemos, siempre está fría y, conforme la llevamos, adopta la temperatura corporal. Un truco de abuela para identificar si estamos ante una perla de verdad es ‘morder’ la perla. Si en el tacto con tus dientes notas la rugosidad, es auténtica; si, en cambio, el diente ‘patina’ por ella, es artificial.
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