‘PANNA COTTA’ DE Té MATCHA Y CEREZAS

Hay quienes se me echarán encima por añadirle matcha a un clásico como es la panna cotta. Lo comprendo. Yo misma me he hartado de criticar homólogos del tiramisú, versiones variopintas de la tarta de queso y cruasanes de sabores. ¿Qué diferencia hay entonces entre hacer un coulant de almendra o una tatín de tomates, que a oídos de todos suena aceptable y delicioso, y un cruasán relleno de masa de cookie (terrorismo hacia la pastelería francesa, si me preguntan)?

He llegado a la conclusión de que mientras unas versiones respetan la integridad del plato original, comprenden su técnica, mantienen proporciones y texturas; otras inmolan de pleno lo que representan, destrozando sus estructuras y dejando apenas rastro del producto primitivo. Una panna cotta, entonces, debe conservar por encima de todo esa textura cremosa y sedosa característica, así como el identitario sabor lácteo. A partir de ahí, en vez de vainilla, pueden incluirse otros aromatizantes. Por qué no, cardamomo, té matcha u hojas de higuera, siempre infusionados en la nata y pasados después por una malla fina.

He optado por usar el matcha porque, además del color, me interesa su punto amargo que contrasta muy bien con el dulzor y la acidez de la cereza, fruta de temporada que utilizaré para acompañar la panna cotta. En forma de compota, con algo de zumo de limón añadido para rebajar la sensación grasa del bocado. Así queda un postre de esos para hacer cuando vienen invitados a casa, pudiendo preparar con antelación tanto las panna cottas individuales, como la compota de cereza.

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